lunes, 15 de junio de 2020

LA MANTA WAYÚ SE REINVENTA




El traje tradicional de las mujeres wayú dejaría de ser el mismo si perdiera su forma rectangular.

Esto lo tiene bien claro la diseñadora guajira Martha Arredondo, quien desde hace cinco años le imprime a esta prenda un toque de distinción, sin que pierda su autenticidad.

Según dice, la manta que las indígenas han usado por siglos para protegerse del inclemente clima del desierto, puede reinventarse usando telas fluidas, transparencias y decorados, como pinturas, tejidos y pedrería, para que cualquier mujer la incluya en su guardarropa.

"El mayor temor de mis clientas es verse gordas, por eso mis creaciones tienen un corsé interior que demarca la figura. Yo les ofrecía la manta porque quería que hiciera parte de su vestuario", cuenta Arredondo.

Y lo logró. Sus mantas ya visten a personalidades de la televisión e incluso a candidatas del Reinado Nacional de la Belleza.

El año pasado, sus creaciones convencieron a Diego Guarnizo, que vestía a las participantes en el certamen. La guajira le envió dos muestras de sus diseños.

"Mi trabajo gustó. Logré que todos los departamentos del país lucieran este atavío, a través de sus representantes", afirma con orgullo.

Pero el gran vitrinazo fue en el 2002, cuando participó en el evento Wayú Fashion , un desfile realizado en Corferias, con el propósito de construir un hostal para los indígenas residentes en Bogotá.

"Entonces pude demostrar que la manta elaborada en textiles más finos podía ser muy elegante", asegura la diseñadora, que ahora trabaja en trajes de novia inspirados en esta prenda.

Metamorfosis.
Según el antropólogo Weildler Guerra, la metamorfosis de la manta empezó hace varios años. Hasta principios del siglo XX, este vestido desconocía los colores vivos, era menos largo y únicamente lo llevaban las indígenas adultas.

"Antes las mantas eran blancas, pardas o negras. Los wayú teñían las telas con palos de dividivi, esas que hacían con hilos de algodón. Las niñas se vestían con una especie de falda y los pechos quedaban descubiertos. Sólo después de la primera menstruación podían lucir la manta", cuenta Guerra.
Ahora la prenda se metió en los roperos de las alijunas (no wayú).
Miriam Pertuz, natural de Fundación (Magdalena), tiene desde hace 20 años un local en el mercado de Riohacha, donde exhibe las mantas que ella misma confecciona. Al mes vende un promedio de 30.
"Aquí llegan las señoras comprando la minimanta (usada para estar en la casa) y también las turistas que buscan la típica, esa que es anchísima (puede medir tres metros) y es amarrada por dentro", afirma la comerciante.
Pertuz opina que el secreto de la manta está en la comodidad. "Es muy práctica, sobre todo para estos calores", dice sonriente.
Y el antropólogo Guerra destaca el hecho de que la usen mujeres distintas a las indígenas de La Guajira.
"El intercambio cultural debe ser de parte y parte. Si los wayú toman coca-cola, los alijunas también pueden llevar este traje tradicional", afirma.
PAOLA BENJUMEA BRITO
TOMADO DE EL TIEMPO (JULIO -2005)

sábado, 25 de febrero de 2012

LAS CÉDULAS DE LA BURLA WAYUU

"'¿Trajo partida de bautismo?' No, se me perdió. 'No importa, pónle ese nombre', gritó alguien de alguna parte de ese lugar. 'Y que también nació el 31 de diciembre', agregó. '¿De qué año?', preguntó la mujer. 'Pónle 18 años, saca la cuenta', le contestó la misma persona. Y así fue. Nombre: Coleima Apellidos: Pushaina. Nacida el 31 de diciembre. Tomó mi mano derecha y estampó mi índice en el papel. 'Ya eres ciudadana', me dijo, 'pero manifiestas no saber firmar'".

Este y otros relatos están contenidos en un cuento que Estercilia Simanca Pushaina, una de las máximas líderes wayuu, escribió una vez adelantó una investigación para descubrir por qué su comunidad tenía nombres tan particulares y por qué todos nacieron el 31 de diciembre.

Escritora, abogada de profesión, con tono de voz pausada, con un traje blanco que porta que resulta ser característico wayuu, esta mujer contó que pasó con su familia indígena para que fuera burlada. "Soy wayuu, nacida en el resguardo Caicemapa, en el sur de la Guajira. 'Manifiesta no saber firmar' es el resultado de la observación de una realidad de la que estoy rodeada. Por un tiempo creí que todos los wayuu habían nacido el 31 de diciembre", asevera.

"Al terminar mi carrera de derecho encontré con cédulas que dicen lo mismo: 'manifiesta no saber firmar, nació el 31 de diciembre'. Y con nombres como Raspahierro, Cosita Rica, Arrancamuela, John F. Kennedy, Marilyn Monroe. Empecé a investigar y vi que había cedulaciones masivas, aún las hay, y descubrí que por falta de un intérprete que supiera la lengua wayuunaiki se incurrieron en errores. Vi nombres que atentan contra la dignidad del ser humano y noté que intentaron cumplir una meta, decir que cedularon a un grupo grande de indígenas para mostrar la efectividad en un trabajo, mostrando un nivel inhumano alto", enfatiza.

A estos nombres bien podrían sumarse otros dentro de la comunidad indígena wayuu: Candado, Tabaco, Arena, Teléfono, Popo, Tigre, Monja, Pescado, Capuchino y muchos otros que burlan la identidad de estas personas.

"Toda mi familia hizo una larga fila junto a otras gentes que venían de otras rancherías para recibir una tarjetica plástica que ellos llamaban cédula. Ese día me enteré que mi tío Tanko Pushaina se llamaba Tarzán Cotes, Dorila se llamaba Espina, Castorila se llamaba Cosita Rica, Anuwachón se llamaba Jhon F. Kennedy, Ashaneish se llamaba Cabeza, Arepuí se llamaba Cazón, Cotiz se llamaba Alka-Seltzer, el primo Rafael Pushaina se llamaba Raspahierro, mi primo Matto se llamaba Bolsillo", según cuenta Coleima Pushaina, el personaje del relato del cuento de 'Manifiesta no saber firmar', escrito que en 2003 fue incluido en Zúrich (Suiza) en la lista de honor Ibby (International Board on Books for Young People), organismo que desde 1953 fomenta la lectura entre menores de edad.

De acuerdo con la líder indígena wayuu, estos casos no se han vuelto a presentar, pero el mal está hecho. Y ahora, lo que pide, es una jornada de rectificación masiva en muchas rancherías donde habitan indígenas wayuu pues, sostiene, hay personas que aún conservan hasta cuatro identidades.

"Había pensado en acciones penales pero el registrador con el que empezó todo esto, Roldan Jiménez, ya murió. Pero sí hemos interpuesto acciones populares para que se hagan jornadas masivas de rectificación. Ahora mismo el wayuu tiene que gastar dinero en movilizarse hasta donde hay una Registraduría y eso también implica tiempo. Las distancias son muy largas, del kilómetro 44 al kilómetro 70, bien sea a Maicao o Riohacha. Y aparte hay que tomarse una foto y pagar por el trámite. Son como 200.000 pesos en total. Y si la familia está integrada por cinco personas, pues es un millón de pesos", asevera.

Al respecto, Martín Fernando Salcedo Vargas, registrador delegado para el Registro Civil y la Identificación de la Registraduría Nacional del Estado Civil, da su versión de los hechos. "No es que la Registraduría dispuso ponerle esos nombres. La Registraduría lo que hizo fue ponerles los nombres y apellidos de las personas que fueron a inscribirlos en el Registro Civil o que fueron a cedularlos. Las personas eligen los nombres o en su caso quienes los acompañaron".

Según el funcionario, no hay razones para pensar que estos nombres fueron puestos por funcionarios de la Registraduría. "Y no sé por qué a todos les ponían como fecha de nacimiento 31 de diciembre porque no existe ninguna norma que diga ello. Para eso existen mecanismos legales, como un dictamen de Medicina Legal donde le dicen la edad probable".

De hecho, sostiene que en la comunidad wayuu es común que las personas cambien de nombre y denuncia que en La Guajira es alto el índice de intentos de doble cedulación. "Cada vez que iban y los cedulaban, en ocasiones con intereses electorales, les generaban la expectativa de tener un documento. Entonces ellos mismos se cambiaban de nombre por varias razones: la primera es porque hay una línea matriarcal, muchos tenían el apellido del padre porque así lo dice la ley colombiana. Segundo porque en determinada ranchería se llaman de una forma y al contraer matrimonio se llaman de otra y cambian de documento".

Y asevera: "Tengo la estadística de que el mayor porcentaje de suplantaciones e intento de doble cedulación se presenta en el departamento de La Guajira. Allí es donde más se rechazan documentos por fraude, intentan tener dos o tres o cuatro identidades".

Ahora bien ¿cuándo sucedió esto? A juicio de Estercilia Simanca, la burla a la identidad de su comunidad se viene presentando desde la década del 50 y hoy en día, aunque no hay casos, sí hay personas que tienen varios documentos de identidad. "Somos aproximadamente 245.000 wayuu dispersos entre Colombia y Venezuela y podría decir que hay más de 50.000 cédulas anómalas. Este año ya se hicieron las jornadas de cedulación por parte de funcionarios de la Registraduría y me percaté que no hubo anomalías".

No obstante, explica, hay rectificaciones que se han logrado porque el indígena tiene el dinero que implica sacar el documento, aunque la comunidad no se acostumbra a llamar a la persona por su verdadero nombre. "Raspahierro dejó de llamarse así y ahora su nombre es Rafael. Él, como autoridad tradicional, sufrió mucho, dice que fue una señorita en la Registraduría quien le puso así. Él tiene que autorizar en qué invierten los recursos de su comunidad y cada vez que era llamado Raspahierro Pushaina era objeto de risas, de burlas. Aún con su nuevo nombre es difícil que la gente deje de llamarlo así".

Sobre el particular, Salcedo Vargas dio cuenta de sus fechas. "Si usted se pone a analizar estos casos corresponden a los años 70 y 80. A partir del año 2.000 ninguna cédula se expide sin registro civil de nacimiento. Y para llegar al registro civil de nacimiento las personas deben, necesariamente, firmar el testigo, uno o dos, los padres, el declarante. Entonces si hay alguien que no sabe firmar hay un procedimiento para que le lean lo que dice el registro civil. Si la persona manifiesta no saber firmar entonces hay una persona que sí lo hace una vez leída toda la información", explica.

Y agrega: "Cuando la cédula pasó de este papel al formato amarillo dejaron de tener hasta cuatro documentos. Con cédula amarilla con hologramas yo le garantizo que no existe una sola persona que tenga dos identidades. Si una persona quiere rectificar su documento vale, sacarla por primera vez no, los wayuu son colombianos común y corriente entonces están sujetos a las leyes que rigen a los demás ciudadanos. Lo último que aparece aquí en la base de datos reportado, y que puede causar curiosidad, es de un señor de La Guajira identificado como John Kennedy Torres. Yo no puedo saber si el señor es wayuu o no".

Y mientras la Registraduría sostiene que no fueron sus funcionarios quienes pusieron estos nombres, y la líder indígena wayuu reafirma en su relato que ellos sí son responsables, este caso ya es un documental próximo a estrenarse en Colombia y otros países.

El documental

Cuenta la tradición que a cada wayuu, al nacer, se le asigna un nombre con el designio de lo que vino a hacer a este mundo. Así, por ejemplo, Toushi es cuidador de la tierra, Juya es cuidador del agua y Noshua es apaciguador de ánimos. Es por ello que conservar su identidad les resulta más importante que portar un documento.

De esto se percató Priscila Padilla, documentalista colombiana del Conservatoire Libre du Cinemá Francais, en París (Francia), quien decidió registrar lo que pasó en las rancherías de La Guajira. "Acabo de terminar este documental, que se denomina Nacimos el 31 de diciembre. Yo en realidad estaba en La Guajira trabajando en una película que pronto saldrá, pero este caso llamó mi atención. Llegué a pensar que era ficción pero luego de hablar con Payaso, con Coito, con muchas personas con nombres así, vi que era real. Hablé con muchas mujeres que obtuvieron su cédula a los 12 o 13 años de edad. Me mostraban la cara de niña en el documento y vi que había una temática de derechos humanos a desarrollar".

A juicio de la documentalista, el objetivo de sacarles cédulas a los indígenas wayuu tenía fines políticos. "Antes de la Constitución de 1991 los indígenas no se cedulaban, ellos mismos me decían que no necesitaban tener esa tarjetica plástica para decir que eran wayuu. Además el indígena poco ha importado para el Estado y vienen a ser importantes cuando miran cómo engañarlos, cómo maltratarlos. Y los políticos se dieron cuenta de que había un gran número de votos perdidos, entonces había que sacarles cédula. 'Las cédulas le sirven al político, no a nosotros', me decían los indígenas".

En ese sentido, la líder wayuu Estercilia Simanca Pushaina denunció que en este año electoral su comunidad ha recibido visitas de candidatos que piden colaboración. Y para ello, han llevado llantas a quienes tienen camiones. "Y siempre terminan engañando porque el wayuu cree mucho en la palabra", asevera.

Pues bien, en medio de este panorama surgió 'Nacimos el 31 de diciembre', documental de 50 minutos de duración que tuvo preestreno en agosto en la capital y cuya presentación tendrá lugar el próximo 10 de octubre, cuando sea presentado en el Festival de Cine de Bogotá. No obstante, su directora considera que la fecha de estreno oficial está por definirse. "Creemos que el gran estreno debe ser en La Guajira, donde nació y tiene que volver esta historia. Queremos que se vea en Paraguachón y en aproximadamente 12 rancherías. Queremos que la Registraduría asuma su responsabilidad, no que vea en la solución tener una nueva cédula y ya, que se den cuenta del daño que se ha hecho", asevera.

El trabajo también rodará por un gira de cine documental en 2012. Será presentado en un festival de cine latinoamericano en Toluose (Francia). También en el Festival de Cine Internacional de La Habana (Cuba) y en otro festival latinoamericano en Seatle (Estados Unidos). "Estamos armándole la ruta, pero sí se tiene que ver en la mayoría de países posibles. Además quiero proponerle al registrador nacional del Estado Civil, Carlos Ariel Sánchez, que me permita mostrarlo en el auditorio de la Registraduría".

TOMADO DE EL ESPECTADOR

domingo, 28 de noviembre de 2010

LOS MENSAJEROS DE LA PALABRA DE LOS WAYUU

Ismael Pana Epieyú se convenció de que sería palabrero siendo muy joven, luego que en un viaje a Bahía Honda (Alta Guajira), con su mujer, una piache (chamana) le dijo que debía someterse a un encierro de un día y una noche para prepararse espiritualmente porque había soñado que él iba a ejercer ese oficio.

Pana es hoy uno de los palabreros o pütchipü'ü más viejos y respetados de la Media y Alta Guajira. Aunque las canas y su piel ennegrecida por las largas caminatas bajo el Sol furioso del desierto revelan sus 85 años, su voz conserva la potencia de su juventud.

Con la misma determinación y habilidad discursivas con que enfrenta a las familias que lo buscan para un arreglo, Pana asegura que aprendió este oficio escuchando cómo resolvían las disputas los mayores de su clan y que poco a poco fue ganando experiencia porque "el don de la palabra no es para todo wayuu sino para el que le gusta", advierte a través de un intérprete porque sólo habla wayuunaiki.

En el sistema normativo de los wayuu, reconocido el pasado 16 de noviembre como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, no existen los abogados ni los jueces. Los pütchipü'ü son los encargados de resolver los conflictos, a través de la palabra. Su papel es actuar como conciliadores entre las partes en disputa y lograr que lleguen a un acuerdo, mediante el pago de una indemnización.

En este pueblo indígena, que habita en Colombia y Venezuela, desde pedir la mano de una mujer hasta la sangre derramada por un asesinato deben ser compensados. El pago lo hace la familia materna y el monto lo determina la jerarquía social del implicado, así como la magnitud de la afrenta.

En el caso del cobro por una muerte, accidental o no, del pago de la indemnización depende que no se desencadene una guerra, que puede durar años y acabar con familias enteras.

En sus inicios, a Pana lo buscaban para negociar la dote por el matrimonio de una muchacha porque en esa época, cuenta, el cobro por muerte no era tan común. "Por eso me ocupé de los matrimonios. La intervención del palabrero les garantiza el futuro a los hijos. Si la mujer es de familia rica tienen que pagar más", afirma, empuñando el bastón o waraarat con que acude a los arreglos.

Pero con el paso de los años también ha tenido que mediar para evitar un enfrentamiento armado entre familias. En 1987, un indígena que era miembro del Ejército venezolano mató, en cumplimiento de sus funciones, a un miembro del clan Ipuana.

En el primer pago, los agresores dieron una suma de dinero equivalente a 50 reses, pero los familiares del difunto exigían la entrega de 50 novillas que no hubieran parido para firmar la paz, así que tuvo que interceder por el otro bando porque no tenían esa cantidad de animales. Después de exponerles las ventajas de llegar a un arreglo, logró que se estrecharan las manos.

"En un arreglo, primero se pide como pago una cantidad de animales, collares, tumas (piedras preciosas) y mulas, pero para darse la mano y que no haya más rencilla tiene que haber una protocolización y piden a la familia agresora que dé un regalo", explica Pana, quien luce en su cuello un collar que recibió como remuneración por su trabajo. Según la norma wayuu los miembros de las partes en un conflicto originado por una falta grave no deben verse las caras antes de que la reparación haya tenido lugar.

Sentado en un chinchorro, colgado en una enramada de la ranchería Karaquita, localizada en jurisdicción de Maicao, a donde se llega después de recorrer una hora en carro desde Riohacha por caminos rodeados de trupillos y cactus, el viejo palabrero recibe la visita de tres de sus colegas.

José María Ipuana, de 63 años, llegó desde el Resguardo 4 de Noviembre, en el municipio de Albania, ataviado a la manera tradicional: sombrero, camisa occidental, faja y faldón o ashenpala, guaireñas y bastón. Al igual que Pana, habla solo en wayuunaiki.

Ipuana, quien antes de 'llevar la palabra' lee el tabaco para saber cómo le va a ir, recuerda que el arreglo más difícil que ha tenido que asumir fue el de la muerte de un wayuu en un accidente de tránsito en Machique (Venezuela), en el que el conductor del vehículo se fugó.

El tío materno de la víctima, después de confirmar quién era el responsable, llamó a Ipuana para que resolviera el problema. La complejidad radicaba en que los agresores negaron en un principio haber cometido la falta y ni siquiera auxiliaron al muerto.

Después de ir y venir varias veces llevando el mensaje de unos y de otros, Ipuana logró ponerle fin a la querella. La familia paterna del difunto recibió dos collares y siete millones de bolívares como pago por las lágrimas, y la familia materna 30 millones de bolívares, seis collares y dos ensartas de tumas por la sangre derramada. "El palabrero que realmente trabaja es aquel que no renuncia a ningún caso hasta resolverlo y que las dos partes queden conformes y tranquilas. A pesar de que lo busca una familia, él tiene que conciliar en las dos partes en disputa. Apaciguar los ánimos", advierte Ipuana, a quien le preocupa que los jóvenes de su etnia no se interesen por seguir con esta práctica ancestral.

En la reunión también están Orangel Gouriyú Gouriyú y Germán Aguilar Epieyú, quienes representan a la generación más joven de palabreros. Tienen 46 y 51 años, respectivamente; a pesar de tener mayor educación y vivir en la ciudad, mantienen la sabiduría de los viejos.

Aguilar es economista pero conoce al dedillo la normatividad de su cultura. Para él la principal diferencia con el sistema jurídico ordinario es que la penalización no es individual sino colectiva. "Por eso hay que resolver los problemas ya porque, si no, le heredan el conflicto a las siguientes generaciones", advierte.

Para Gouriyú, quien heredó el oficio de su abuelo, la ley wayuu es tan efectiva que muchos alijunas (no wayuu) deciden acogerse a ella en aras de llegar a un arreglo.

"Mientras las entidades como la Fiscalía duran cinco años haciendo investigaciones y amontonan documentos, la ley wayuu es lo más rápido y sano: uno pone fecha, plazo y reparamos los daños", afirma Gouriyú, a quien buscan para resolver conflictos hasta de la Presidencia de la República.

Pese a la intromisión de la cultura occidental en sus costumbres, los palabreros continúan asumiendo su papel como mediadores para encontrarles una salida pacífica a los conflictos y mantener el equilibrio en las relaciones sociales de su comunidad. Sin embargo, los más viejos temen que cuando ellos ya no estén, la palabra pierda su valor y desaparezca como el rastro de las pisadas en la arena del desierto.

Para qué sirve una declaratoria de la Unesco

Estas declaratorias buscan hacer visibles y proteger manifestaciones culturales intangibles de diferentes países, que por tradición se han heredado como parte de su historia y que se busca que no desaparezcan. La declaratoria obliga al Estado y a la comunidad a conservar la tradición, que muchas veces corre peligro de desaparición porque los ancianos mueren y los jóvenes ya no replican los conocimientos ancestrales, porque se van de la región y no piensan en volver o desconocen la lengua en que se realizan dichas prácticas. La Unesco busca que los habitantes consideren un honor preservar la tradición.

TOMADO DE EL TIEMPO



domingo, 21 de junio de 2009

BACHILLERES WAYUU SE GRADÚAN COMO EMPRESARIOS EN LA ALTA GUAJIRA


Afuera todavía no ha amanecido y el coro de un grupo de internos que cantan alabanzas religiosas se cuela por los calados de los dormitorios. Están levantados desde antes de las cinco de la mañana para hacer sus oraciones y asear sus cuartos, pero, a diferencia de otros días, no tendrán clases.

El viernes 12 de junio, los alumnos del Internado Indígena de Siapana, corregimiento de Uribia (La Guajira), se alistan para celebrar la graduación de la segunda promoción de bachilleres empresarios de la etnia wayuu. A la ceremonia asistió el vicepresidente de la República, Francisco Santos.
Con los primeros rayos de luz, las enramadas que están alrededor del patio, adornadas con coloridos chinchorros y con mochilas que cuelgan del techo, comienzan a llenarse de estudiantes, familiares e invitados especiales, que vienen desde distintos puntos de La Guajira e incluso de Venezuela.
En un extremo hay una enramada grande, con mesa en la mitad, donde están sentados por lo menos 10 palabreros, ataviados con su indumentaria típica y empuñando el waraarat (bastón de mando). Ellos son los encargados de resolver los conflictos en la cultura wayuu y llegaron para guiar a los graduandos en su nueva etapa.
El sonido de la kaasha (tambor) anuncia que habrá festejo. Pasadas las nueve de la mañana aterriza el helicóptero que trae a la comitiva que acompaña al Vicepresidente. Luego de una calurosa bienvenida, decenas de muchachas que lucen mantas rojas y jóvenes en wayucos (taparrabos) forman varias hileras para bailar la yonna, danza en la que la mujer persigue a su parejo, levantando con cada movimiento una polvareda.
En Siapana, poblado del norte de La Guajira al que se llega por caminos serpenteantes y sin pavimentar, después de un viaje de siete horas en carro desde Riohacha, las casas están desperdigadas y solo crecen cactus y árboles de trupillo. En el internado, al igual que en el resto del pueblo, la energía eléctrica es deficiente. Desde febrero, una planta les presta este servicio de 7:00 a.m. a 1:00 p.m. y de 6:00 a 10:00 p.m. Esa misma planta es usada para bombear el agua que sacan de pozos profundos, pero cuando se termina el combustible tienen que caminar una hora para abastecerse en los jagüeyes.
Pese a esto, Deyanira García González sonríe. Es morena y su cabello es lacio y negrísimo. Tiene 19 años y nació en Bahía Honda, a cuatro horas en carro de Siapana. Ella hace parte del grupo de 20 bachilleres que recibirá de manos de los palabreros los karats (diadema con plumas de pavo real) y sombreros, en la ceremonia simbólica que se realiza en el salón de eventos del internado.
"La graduación iba a ser en diciembre, pero las clases no pudieron ser normales por la falta de docentes y el inconveniente con la rectora. En enero, cuando tuvimos profesores nuevos de español y matemáticas, comenzamos a nivelarnos y hoy podemos decir con orgullo que lo logramos", dice la joven, que cursó el grado 11 en año y medio.
Deyanira se refiere a los problemas que surgieron en abril del año pasado, luego de que la Alcaldía de Uribia decidió trasladar a la entonces rectora, Fanny Yined Samudio, para otro internado y nombrar en su reemplazo a una licenciada de la etnia wayuu. Esto provocó un enfrentamiento entre la administración municipal y la comunidad educativa, que para hacer valer sus derechos y autonomía se tomó las instalaciones del internado por casi dos meses.
Después de un viaje a Bogotá para pedir la mediación del Ministerio de Educación en el conflicto, en junio de 2008 se lograron zanjar las diferencias. Samudio siguió en la institución como docente y la indígena Zunilda Palmar fue designada rectora encargada.
A la seño 'Yina' - así llaman a Samudio- le reconocen haber completado el bachillerato. En 2003, cuando llegó como rectora los alumnos solo cursaban hasta el grado séptimo. "Muchos niños se iban a estudiar a Nazareth pero no duraban porque les quedaba muy lejos", dice la ex rectora, que en 2007 logró graduar a los primeros 14 bachilleres de la institución.
La creación de proyectos como una panadería, una ebanistería y una empresa para el procesamiento del cactus, en la que producen mermeladas, frutas cristalizadas, morenitas, vinos y hasta hamburguesas con la pulpa de esta planta que crece en el desierto, también se la atribuyen a la gestión de Samudio. El año pasado, consiguió que el SENA capacitara a un grupo de alumnos en competencias laborales y en buenas prácticas de manufactura.
Gilber Iguarán Cohen, de los pioneros en panadería, recibió la certificación en este oficio. La lejanía de los centros urbanos y la escasez de alimentos hicieron que él y otros compañeros 'amasaran' desde hace dos años la idea de comer pan fresco. Incluso, apuntaron más lejos.
"Hacemos panes y tortas a base de cactus. La idea es innovar ante todo. Nosotros queremos seguir luchando para que se pueda comercializar este producto", dice Gilber, de 21 años, mientras entrega una degustación del pan que acaban de hornear y que le venden a las rancherías aledañas.
Su intención es seguir al frente de la panadería hasta que entre a estudiar administración de empresas, aunque realmente no quiere abandonar su comunidad. Por eso aprovecharon la presencia del Vicepresidente para pedirle la apertura de una universidad en la Alta Guajira.
Al mediodía, los funcionarios públicos se marchan, pero el festejo continúa. En las enramadas les ofrecen a los invitados friche, shapulana (una sopa preparada con cebo de chivo, fríjol y maíz) y chicha fermentada. Y al caer la tarde, el salón de eventos vuelve a llenarse, esta vez para celebrar la misa de acción de gracias.
De nuevo se oyen los cantos religiosos de la madrugada y los graduandos son bendecidos por el sacerdote. Las bachilleres lucen mantas tapizadas y algunas tienen figuras pintadas en el rostro, y ellos están vestidos con la sheinpala (túnica), que los wayuu usan en ocasiones especiales.
Finalmente llega el momento más esperado. Uno a uno desfilan para recibir los diplomas del brazo de sus padres, quienes no pueden ocultar su orgullo. Y no es para menos. "Este un gran logro porque hemos tenido mucha lucha para sacar a estos bachilleres en la Alta Guajira, una zona tan desértica y lejana", dice Eduardo García, padre de Deyanira. Y añade que ahora el compromiso de todos es irse a estudiar y regresar para servirle a su comunidad.
Con energía solar
La precaria energía con la que cuenta el internado ha hecho que se trunquen muchos de sus proyectos. Aunque consiguieron que les regalaran computadores, solo hasta hace poco pudieron encenderlos porque la planta que tenían era insuficiente. No obstante, gracias a la donación de 80 millones de pesos de la multinacional Philip Morris Internacional recientemente fue instalada la primera fase del proyecto de energía solar que permitirá mejorar el suministro.
Esta empresa también donó 780 millones para la ampliación del internado. "Ya están los diseños y la plata se entregará en tres semanas al Minuto de Dios para que arranque la construcción. Esperamos que para principios del próximo año se entreguen las obras", anunció el Vicepresidente Santos.

LOS WAYUU SE COMPROMETEN A CONSERVAR SANTUARIO LOS FLAMENCOS EN LA GUAJIRA

Las autoridades tradicionales de las comunidades wayuu de Tocoromana y Loma Fresca, pertenecientes al resguardo Perratpu, en el corregimiento de Camarones, llegaron puntuales el jueves a la cita con los funcionarios de Parques Nacionales Naturales.
Fueron a comprometer su palabra en la firma del Régimen Especial de Manejo del Santuario de Fauna y Flora Los Flamencos, construido de forma conjunta entre los miembros de la comunidad y Parques Nacionales, luego de un largo proceso de concertación que comenzó en 2007.
A las dos de la tarde, la enramada de Tocoromana, ranchería localizada a 15 minutos de Riohacha, estaba llena de indígenas wayuu de todas las edades. Serían testigos de la firma del documento, que una vez sea implementado propenderá por la conservación del área protegida que poblaron sus ancestros hace más de un siglo y que, de paso, servirá para fortalecer su cultura amenazada por la influencia de los alijunas (no wayuu).

Cuando se creó el Santuario, en 1977, los indígenas desconocían que vivían dentro de esta área protegida y solo se dieron cuenta tras pasar a ser administrado por Parques Nacionales casi dos décadas después. "Oímos versiones de que con esta figura íbamos a ser desalojados de nuestro territorio lo que provocó conflictos internos", cuenta Rosa Redondo Pana, representante legal del resguardo.

Esto hizo que en 1997 se dieran a la tarea de legalizar la propiedad de la tierra y de organizarse como resguardo. El proceso culminó el 20 de diciembre de 2006. El Resguardo, cuya extensión es de 120 hectáreas, quedó conformado por las comunidades de Tocoromana, Loma Fresca y Chentico.

Al año siguiente, luego de la adopción del Plan de Manejo del Santuario comenzó el acercamiento con los funcionarios de Parques Nacionales para la construcción del régimen, enmarcado en el manejo y uso sostenible de los recursos naturales que se encuentran en el área protegida.

El Santuario es el hábitat de varias aves migratorias, entre ellas los flamencos, que llegan atraídos por el complejo lagunar de Navío Quebrado y Grande, una despensa de peces y crustáceos que les sirven de alimento. Allí también hay una extensa zona de manglar y de bosque seco tropical.
Aunque las comunidades nativas han estado en el Santuario desde antes de su creación y lo han conservado a su manera, lo que se busca con el régimen es evitar las presiones sobre la flora y la fauna presente en esta área, para lo cual se adoptó una zonificación y reglamentos específicos para cada zona de conservación, sagrada, etnoturística, pastoreo, uso social y manejo especial.

"Va a haber una política interna, ya sabemos dónde se van a construir las viviendas, donde se pueden alimentar los animales y nosotros mismos dimos todos esos puntos", dice Redondo.
Pero conseguirlo no fue fácil. Durante el proceso de concertación se presentaron diferencias con la comunidad de Chentico debido al control ejercido por Parques Nacionales a la construcción de viviendas y edificaciones de material en algunas áreas del Santuario. Esto hizo que se marginaran del acuerdo.

"Ellos querían mejorar sus viviendas y desde ahí comenzó el choque con la líder de esa comunidad y no asistían a las reuniones que se hacían con Parques", explica Leonela Bouriyu, quien pertenece a la comunidad de Tocoromana y trabaja prestando servicios etnoturísticos en el Santuario.
Pese a esto, la directora general de Parques Nacionales, Julia Miranda, se siente satisfecha. "Logramos con la mejor voluntad trabajar con la autoridad indígena pero eso nunca ocurre de un día para otro, no es fácil hay que llegar a unos acuerdos muy claros, por eso las discusiones son largas. Este acuerdo nos va a permitir trabajar juntos para lograr la conservación del Santuario", dijo la funcionaria.

Y resaltó que este tipo de régimen también se ha firmado con comunidades nativas de Utria, Catatumbo Barí y Paramillo y pueden servir como ejemplo en otros países.