El traje tradicional de las mujeres wayú dejaría de ser el mismo si perdiera su forma rectangular.
Esto lo tiene bien claro la diseñadora guajira Martha Arredondo, quien desde hace cinco años le imprime a esta prenda un toque de distinción, sin que pierda su autenticidad.
Según dice, la manta que las indígenas han usado por siglos para protegerse del inclemente clima del desierto, puede reinventarse usando telas fluidas, transparencias y decorados, como pinturas, tejidos y pedrería, para que cualquier mujer la incluya en su guardarropa.
"El mayor temor de mis clientas es verse gordas, por eso mis creaciones tienen un corsé interior que demarca la figura. Yo les ofrecía la manta porque quería que hiciera parte de su vestuario", cuenta Arredondo.
Y lo logró. Sus mantas ya visten a personalidades de la televisión e incluso a candidatas del Reinado Nacional de la Belleza.
El año pasado, sus creaciones convencieron a Diego Guarnizo, que vestía a las participantes en el certamen. La guajira le envió dos muestras de sus diseños.
"Mi trabajo gustó. Logré que todos los departamentos del país lucieran este atavío, a través de sus representantes", afirma con orgullo.
Pero el gran vitrinazo fue en el 2002, cuando participó en el evento Wayú Fashion , un desfile realizado en Corferias, con el propósito de construir un hostal para los indígenas residentes en Bogotá.
"Entonces pude demostrar que la manta elaborada en textiles más finos podía ser muy elegante", asegura la diseñadora, que ahora trabaja en trajes de novia inspirados en esta prenda.
Metamorfosis.
Según el antropólogo Weildler Guerra, la metamorfosis de la manta empezó hace varios años. Hasta principios del siglo XX, este vestido desconocía los colores vivos, era menos largo y únicamente lo llevaban las indígenas adultas.
"Antes las mantas eran blancas, pardas o negras. Los wayú teñían las telas con palos de dividivi, esas que hacían con hilos de algodón. Las niñas se vestían con una especie de falda y los pechos quedaban descubiertos. Sólo después de la primera menstruación podían lucir la manta", cuenta Guerra.
Ahora la prenda se metió en los roperos de las alijunas (no wayú).
Miriam Pertuz, natural de Fundación (Magdalena), tiene desde hace 20 años un local en el mercado de Riohacha, donde exhibe las mantas que ella misma confecciona. Al mes vende un promedio de 30.
"Aquí llegan las señoras comprando la minimanta (usada para estar en la casa) y también las turistas que buscan la típica, esa que es anchísima (puede medir tres metros) y es amarrada por dentro", afirma la comerciante.
Pertuz opina que el secreto de la manta está en la comodidad. "Es muy práctica, sobre todo para estos calores", dice sonriente.
Y el antropólogo Guerra destaca el hecho de que la usen mujeres distintas a las indígenas de La Guajira.
"El intercambio cultural debe ser de parte y parte. Si los wayú toman coca-cola, los alijunas también pueden llevar este traje tradicional", afirma.
PAOLA BENJUMEA BRITO
TOMADO DE EL TIEMPO (JULIO -2005)
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