Afuera todavía no ha amanecido y el coro de un grupo de internos que cantan alabanzas religiosas se cuela por los calados de los dormitorios. Están levantados desde antes de las cinco de la mañana para hacer sus oraciones y asear sus cuartos, pero, a diferencia de otros días, no tendrán clases.
El viernes 12 de junio, los alumnos del Internado Indígena de Siapana, corregimiento de Uribia (La Guajira), se alistan para celebrar la graduación de la segunda promoción de bachilleres empresarios de la etnia wayuu. A la ceremonia asistió el vicepresidente de la República, Francisco Santos.
Con los primeros rayos de luz, las enramadas que están alrededor del patio, adornadas con coloridos chinchorros y con mochilas que cuelgan del techo, comienzan a llenarse de estudiantes, familiares e invitados especiales, que vienen desde distintos puntos de La Guajira e incluso de Venezuela.
En un extremo hay una enramada grande, con mesa en la mitad, donde están sentados por lo menos 10 palabreros, ataviados con su indumentaria típica y empuñando el waraarat (bastón de mando). Ellos son los encargados de resolver los conflictos en la cultura wayuu y llegaron para guiar a los graduandos en su nueva etapa.
El sonido de la kaasha (tambor) anuncia que habrá festejo. Pasadas las nueve de la mañana aterriza el helicóptero que trae a la comitiva que acompaña al Vicepresidente. Luego de una calurosa bienvenida, decenas de muchachas que lucen mantas rojas y jóvenes en wayucos (taparrabos) forman varias hileras para bailar la yonna, danza en la que la mujer persigue a su parejo, levantando con cada movimiento una polvareda.
En Siapana, poblado del norte de La Guajira al que se llega por caminos serpenteantes y sin pavimentar, después de un viaje de siete horas en carro desde Riohacha, las casas están desperdigadas y solo crecen cactus y árboles de trupillo. En el internado, al igual que en el resto del pueblo, la energía eléctrica es deficiente. Desde febrero, una planta les presta este servicio de 7:00 a.m. a 1:00 p.m. y de 6:00 a 10:00 p.m. Esa misma planta es usada para bombear el agua que sacan de pozos profundos, pero cuando se termina el combustible tienen que caminar una hora para abastecerse en los jagüeyes.
Pese a esto, Deyanira García González sonríe. Es morena y su cabello es lacio y negrísimo. Tiene 19 años y nació en Bahía Honda, a cuatro horas en carro de Siapana. Ella hace parte del grupo de 20 bachilleres que recibirá de manos de los palabreros los karats (diadema con plumas de pavo real) y sombreros, en la ceremonia simbólica que se realiza en el salón de eventos del internado.
"La graduación iba a ser en diciembre, pero las clases no pudieron ser normales por la falta de docentes y el inconveniente con la rectora. En enero, cuando tuvimos profesores nuevos de español y matemáticas, comenzamos a nivelarnos y hoy podemos decir con orgullo que lo logramos", dice la joven, que cursó el grado 11 en año y medio.
Deyanira se refiere a los problemas que surgieron en abril del año pasado, luego de que la Alcaldía de Uribia decidió trasladar a la entonces rectora, Fanny Yined Samudio, para otro internado y nombrar en su reemplazo a una licenciada de la etnia wayuu. Esto provocó un enfrentamiento entre la administración municipal y la comunidad educativa, que para hacer valer sus derechos y autonomía se tomó las instalaciones del internado por casi dos meses.
Después de un viaje a Bogotá para pedir la mediación del Ministerio de Educación en el conflicto, en junio de 2008 se lograron zanjar las diferencias. Samudio siguió en la institución como docente y la indígena Zunilda Palmar fue designada rectora encargada.
A la seño 'Yina' - así llaman a Samudio- le reconocen haber completado el bachillerato. En 2003, cuando llegó como rectora los alumnos solo cursaban hasta el grado séptimo. "Muchos niños se iban a estudiar a Nazareth pero no duraban porque les quedaba muy lejos", dice la ex rectora, que en 2007 logró graduar a los primeros 14 bachilleres de la institución.
La creación de proyectos como una panadería, una ebanistería y una empresa para el procesamiento del cactus, en la que producen mermeladas, frutas cristalizadas, morenitas, vinos y hasta hamburguesas con la pulpa de esta planta que crece en el desierto, también se la atribuyen a la gestión de Samudio. El año pasado, consiguió que el SENA capacitara a un grupo de alumnos en competencias laborales y en buenas prácticas de manufactura.
Gilber Iguarán Cohen, de los pioneros en panadería, recibió la certificación en este oficio. La lejanía de los centros urbanos y la escasez de alimentos hicieron que él y otros compañeros 'amasaran' desde hace dos años la idea de comer pan fresco. Incluso, apuntaron más lejos.
"Hacemos panes y tortas a base de cactus. La idea es innovar ante todo. Nosotros queremos seguir luchando para que se pueda comercializar este producto", dice Gilber, de 21 años, mientras entrega una degustación del pan que acaban de hornear y que le venden a las rancherías aledañas.
Su intención es seguir al frente de la panadería hasta que entre a estudiar administración de empresas, aunque realmente no quiere abandonar su comunidad. Por eso aprovecharon la presencia del Vicepresidente para pedirle la apertura de una universidad en la Alta Guajira.
Al mediodía, los funcionarios públicos se marchan, pero el festejo continúa. En las enramadas les ofrecen a los invitados friche, shapulana (una sopa preparada con cebo de chivo, fríjol y maíz) y chicha fermentada. Y al caer la tarde, el salón de eventos vuelve a llenarse, esta vez para celebrar la misa de acción de gracias.
De nuevo se oyen los cantos religiosos de la madrugada y los graduandos son bendecidos por el sacerdote. Las bachilleres lucen mantas tapizadas y algunas tienen figuras pintadas en el rostro, y ellos están vestidos con la sheinpala (túnica), que los wayuu usan en ocasiones especiales.
Finalmente llega el momento más esperado. Uno a uno desfilan para recibir los diplomas del brazo de sus padres, quienes no pueden ocultar su orgullo. Y no es para menos. "Este un gran logro porque hemos tenido mucha lucha para sacar a estos bachilleres en la Alta Guajira, una zona tan desértica y lejana", dice Eduardo García, padre de Deyanira. Y añade que ahora el compromiso de todos es irse a estudiar y regresar para servirle a su comunidad.
Con energía solar
La precaria energía con la que cuenta el internado ha hecho que se trunquen muchos de sus proyectos. Aunque consiguieron que les regalaran computadores, solo hasta hace poco pudieron encenderlos porque la planta que tenían era insuficiente. No obstante, gracias a la donación de 80 millones de pesos de la multinacional Philip Morris Internacional recientemente fue instalada la primera fase del proyecto de energía solar que permitirá mejorar el suministro.
Esta empresa también donó 780 millones para la ampliación del internado. "Ya están los diseños y la plata se entregará en tres semanas al Minuto de Dios para que arranque la construcción. Esperamos que para principios del próximo año se entreguen las obras", anunció el Vicepresidente Santos.